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La artista británica Florence Welch, líder y cara visible de Florence + The Machine, ha ganado un peso notable en su capacidad de canto a lo largo de estos últimos años. No hay duda de que esta mujer pelirroja y rebelde (musicalmente hablando) ha adoptado un registro vocal a lo largo de su carrera que ya quisiesen muchas cantantes de la palestra musical actual.
Muchos han sido los que han intentado encasillar la voz de Welch en registros herméticos desde que comenzase a retumbar los oídos de críticos con su vibrato y potencia. La dicción musical de esta joven británica va más allá de una simple etiqueta. Su potente voz deja entrever una habilidad innata para empastar las notas bajo una desafiante y primeriza sensación de (des)afinación, que se corrige automáticamente con la entrada absorbente del gorjeo final, que sale a relucir cuando alarga notas y que no termina de llevar una estructura del beat constante, si no que entra en juego cuando sus músculos de su garguero se mueven involuntariamente (o a su orden voluntaria para agitar su aparato fonador). Esa mezcla de elegancia y alaridos hacen de su aullido un original patrón que desde hace años no se recordaba en la música indie pop.
Y aquí la prueba evidente de que Florence Leontine Mary Welch ha sufrido una evolución positiva sin ahogar su esencia, su marca reconocible, su voz:
2011
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